sábado, 22 de mayo de 2010

No había cosa que me diera más coraje que una persona que tergiversara las cosas. Nunca lo supe hasta que conocí a la reina de las tergiversaciones. Ya no podía fiarme más de ella, todo lo que salía por su boca era adornado, transformado, malformado en algo muy distinto a la realidad. Si las cosas eran de color verde, se volvían de color morado cuando la reina las anunciaba. Todo era más trágico. Las personas se volvían peores, las palabras usadas no eran las correctas ni la forma de contarlas; el caso es que, ya no es que fueran correctas o no, es que eran inventadas. La hipocresía era lo que más le gustaba a la hora de tergiversar.
Lo peor era cuando contaba las cosas más de una vez. Tergiversaba sus propias tergiversaciones, entonces ya no tenía nada que ver con lo que realmente había sucedido. Odio. Odio las tergiversaciones; incluso la propia palabra, tan complicada de pronunciar... Igual de complicadas que se volvían las cosas una vez tergiversadas, porque a veces, le afectaban a ella, y se veía metida en líos... en líos que ni siquiera eran ciertos ¡Qué impotencia! Pero ella era la reina en contar las cosas como le dieran la gana, de echar mierda a la gente, de inventar historietas y culpar a las personas, de no querer darse cuenta de la realidad y crear otra en la que ella ganara, porque ella... oh reina, seré la víctima a la que todos culparán.
Hipocresía y tergiversación. Las dos cosas que más odiaba.

Quisiera escribirte algo bonito, bonito de verdad...
Let it be.