Odio ver que el rosa se vuelve gris. Entras en una especie de estado no - permanente que te borra la sonrisa que habías dibujado el día anterior. Y supongo que eso te hace recuperar el miedo a no saber caminar sola. Te echo de menos, ¿sabes? Y eso me asusta. Me asusta mucho. Me muero de miedo pensar que después de un mes ya esté desesperada por un beso, por un abrazo, un consejo... O qué más da; me conformo con una sonrisa. Chico listo, te necesito. Necesito verte cada día cuando salgo de mi habitación, necesito tus cuentos cuando me duele la barriga, necesito que me enseñes músicas tan antigüas que incluso lleguen a gustarme. Tengo miedo papá, tengo miedo de no conseguir estar aquí sin ti...Pero por otro lado, pienso que, lejos, entre las nubes que ahora inundan mi habitación está mi atajo. Está mi distracción favorita. La caja de sorpresas que maquilla sonrisas y borra lágrimas. Y es cuestión de tiempo tenerla conmigo, es por ello por lo que, de alguna forma, evito cuestionarme cómo de largo es ese tiempo. Quizás, porque me de miedo volver a estar sola.
Me pone triste ver cómo la gente crea problemas como si de una fábrica se tratara, como si no pensara en lo que conlleva su destrucción. Me horroriza la idea de que la gente sepa crear más mentiras que verdades, y que, por consiguiente, sea capaz de convivir con ellas. Odio las personas que, aun sabiendo que han cometido errores, tienen la idílica habilidad de volverlos a cometer, una y otra vez, como una cadena de montaje... Es absurdo, llegué por tanto, a la conclusión más exacta que jamás me había planteado: La gente actúa sin ningún tipo de predicción. Somos una mierda.
Carpe Diem.